miércoles, 17 de noviembre de 2010

“Estado de golpe: un día con la anarcopolicía”















Un frío inhóspito inundaba la oficina lateral de la Comandancia General de Policía, ese viernes 19 de noviembre del 2009, las ventanas se humedecían contrarrestando las respiraciones agitadas de varios oficiales agrupados en una gran discusión. Los alrededores de la dependencia guardaban un telón de expectativa, la reunión duró tres horas, pero muchos de los oficiales abandonaron la reunión como jabatos enardecidos, mientras otros miembros del ex GAO sonreían y algunos miembros de las “élites” – como el GIR y el GOE- apenas llegaban.
Mi general “Freddy” decidió irrumpir en la instalación y ordenó cerrar la puerta debido a la confidencialidad de los asuntos tratados. Una de las secretarias del despacho se apresuraba a tomar nota, mientras otras oficinistas asistían con café negro a los congregados. La reunión culmina y los alrededores de la Comandancia se vacían con un aire de tensión recurrente, mientras decenas de zapatos recién lustrados pertenecientes al uniforme A2 desalojan el edificio.
Una caravana de vehículos se despide de inmediato y otras decenas de uniformados se quedan unos minutos en el parqueadero realizando llamadas de teléfono para reportar las novedades a sus superiores…
Diez meses más tarde, las informaciones sobre el nuevo estatuto aprobado por la Asamblea para la función policial llegarían como un ventarrón entre los miembros de tropa: no habrían canastas navideñas este año, no llegarían los ansiados juguetes para los niños, catorce mil nuevas transferencias de personal estaban listas, las jubilaciones se estandarizarían a mil dólares por cabeza, los nuevos equipos sanitarios para el RQ1 (Regimiento Quito N.01) tampoco se despacharán, los sueldos ampliados dejarían la cobertura odontológica, la estabilidad laboral estaba en riesgo, las faltas se penalizarían con multas, descuentos en los cheques mensuales, adiós a las condecoraciones, etc.
El 19 de septiembre del 2010 amaneció con un sol radiante, el cielo despejado y las palomas estacionadas en el garaje del RQ1 vacilaban un inusual ajetreo entre los policías, cientos de llamadas, mails, transmisiones por radio y llamadas locales acompañaban una gran orquesta de quejas. El día del asalto estaba próximo. Mientras los uniformados desplazaban un sendero de luces y sirenas, las calles aledañas al cuartel se oscurecían con la llegada de la noche.
El 30 de septiembre amaneció con una aurora solemne, nadie estaba fuera de la formación, todos los vigilantes estaban serios y comprometidos, pero después de “pasar lista” -a las 06h00 del regimiento-, varios oficiales dieron una orden ilícita: “Este glorioso día haremos historia… Entramos en huelga compañeros”. De inmediato cientos de “sublevados” empezaron con la quema de llantas, redactaron la lista de peticiones para la Asamblea, algunos se escabullían entre las sombras de la insurrección, otros caminaban agenciosos para realizar las tareas de telecomunicación y unos pocos se encerraron en los baños para desobedecer la orden ilegal.
Algunos de los más de cuatrocientos “rebeldes” eran mujeres y familiares de los agentes, aficionados, políticos -como Fidel Araujo- y otros curiosos, quienes renegaban el oficialismo al mando, mientras rehuían a las cámaras de televisión como imágenes fantasmagóricas.
Al medio día, un escudo policial sin uniforme se tomaba los aeropuertos de Guayaquil y Quito, el caos empezaba a reinar, incluso en la Asamblea. Seis asaltos a las agencias bancarias, hurtos y pillajes inundaban el panorama de la indeterminación nacional. Después de cuatro horas del duro golpe mediático, el presidente Rafael Correa llegaba a los interiores del RQ1, resguardado por la Escolta Presidencial, mientras los gritos ensordecedores propiciaban la ferocidad de un mandatario armado con una diatriba para los “insurrectos”, después de los primeros forcejeos , la primera bomba lacrimógena caldeó los ánimos.
Correa subió al tercer piso y fue hacia la ventana, pero olvidó el diálogo y propició un auto llamado a la violencia física ¡mátenme! gritó en varias ocasiones, pero la “inteligencia” policial acató estrictamente la orden del Primer Mandatario, quien después de varios minutos se encontraba a punto de ser asesinado en el interior del cuartel.
Después de una carrera logística, todos los guardaespaldas de Correa, sus edecanes y la guardia recomendó una asistencia urgente para el funcionario, quien después de la visceral refriega terminó con una lesión en su pierna y un fétido olor a gas en sus fosas nasales. Al llegar al Hospital de la Policía, la atención fue oportuna, el enfurecido mandatario hizo varias llamadas por teléfono, envió sendos mails, recibió a sus asesores, a gente de seguridad, recibió llamadas de respaldo de las FFAA, del Japón y tuvo tiempo para decidir la cena… Mientras se cocinaban las decisiones, tres canales del Estado (Ecuador-TV Pública, Gama y TC) recibían la llegada de más “insubordinados”, mientras las imágenes simultáneas se transmitían por las cadenas oficiales propiciando el estado de shock.
Mientras caía la noche, cientos de “parapoliciales” se atrincheraban fuera del hospital, justo cuando la radio patrulla emitía insultos como: oficiales perros, maten a Correa, necesitamos más 3-11 y demás vituperios.
De pronto, voces furiosas pedían acribillar toda la estructura del hospital. Los tiroteos iniciaron con un fragor único, poco a poco los cuerpos de casi un centenar de heridos caían en medio de un remolino de sangre. Los vecinos del sector estaban tumbados bajo las camas, los enfermos caían en pánico junto a las enfermeras y reporteros, los curiosos desaparecían y la CNN irrumpía con su show mediático a nivel mundial.
Mientras el primer asesinato “en vivo” magullaba las mentes de los espectadores, muy cerca, en la avenida Juan León Mera -a dos kilómetros de distancia-, varios vasos de cerveza acompañaban el macabro espectáculo, como cualquier partido de la Copa, los aficionados al show pedían insistentemente cocteles de vodka y ron, mientras veían un “estado de golpe” que derramaría una docena de vidas sobre la calzada de la anarquía…Así, otros ciudadanos se encerraban en sus domicilios, pero al ritmo del flash informativo veían como se desintegraba el orden. En fin, después del tercer intento, Correa veía la salida al túnel, iba como él quería, en su vehículo, en el momento selecto y con su gente de confianza…Pocos minutos más tarde, la Plaza Grande se inundó de cientos de “simpatizantes” correistas, mientras todo el país se preguntaba ¿quién organizó los desmadres?, el Presidente confirmaba su hipótesis: Lucio Gutiérrez, el PSP, Fidel Araujo, Carlos Vera y toda la oposición era sentenciada “culpable”…

No hay comentarios:

Publicar un comentario